Estimado/a Anónimo/a Lector/a:
Junto con agradecerte el leer esta carta, que seguramente detras de algún sofá, bajo el mueble del televisor, junto a un monton de papeles añejos, en la basura o donde sea, te agradezco el simple hecho de leerme.
Fuí alguna vez una mujer respetada, que vivía una vida tranquila...quizas nunca llegué a ser mujer, yo me recuerdo cómo una jovén, pero han pasado tantos años desde aquella vez en que yo paseaba cómo una joven en de pelo largo y moreno, que pocas luces me quedan de esos días...aunque quizas eso también sea mentira...
Creo que podría empezar mencionando lo que fué mi infancia. Recuerdo a mi padre, un hombre severo, pero con un corazón muy paternal, mi madre una mujer sometida a un hombre que no la amaba más que por sus hijos, un hermano que admiraba a su padre, un interesado de primera...yo...la hija mayor que debía ser varón. Muchos años sufrí la negación de mi propio padre por ese hecho, no podía salir de mi hogar a casa de mis amigas, sólo podía verlas en la escuela, cuando nacio mi hermano, mi libertad llego a medias, mi padre jamás me perdonaría el haberlo decepcionado apenas nacida. Comencé a crecer, bajo el yugo de la indiferencia y de un favoritismo extremo hacía mi hermano. Cuando compraban, siempre traian algo para él, un helado, una gaseosa, caramelos o una moneda para que gastase en lo que quisiera. Mi madre solía consolarme en silencio, sin poder hacerlo, sus palabras la mayoría de las veces eran cómo-ya pasara, algún día te podrás ir de aquí y podrás ser feliz-. Pero para mí, esos días eran eternos, atrapada cómo una pobre y triste hija no deseada. Jamás odie a mi padre, pero si odiaba a mi madre y sus palabras vacías y repetitivas. Y esa fué mi infancia, sin muñecas, sin magía, sólo el desprecio de los míos.
Creo que es momento de contarte mi adolescencia, aunque el dolor de los recuerdos ya se va a mi cabeza. Cuando cumplí los 14 años mis pechos comenzaron a crecer cómo es normal en las niñas, pero mi padre se enfurecio al ver mis protuberancias, y en ese momento mi padre me golpeo, si antes le daba vergüenza, ahora le daba mucha más. Fué en ese momento que decidí partir, las palabras de mi madre ya no servían ni cómo lástima, la indiferencia de mi hermano me daba asco, y la acción de mi padre terminó de marcarme, era la vergüenza, y cómo tal, debía irme de esa casa. Y fue así cómo sali al gran y frío mundo, a las horas de caminar, ya agotada, me encontre con un mundo que no era el que mostraban los libros. Gris y vacío, no existián esos amigos que aparecen de cualquier lugar a brindarte apoyo y enseñarte a vivir en la calle. Yo, sóla y abandonada. Recurrí a lo que suelen recurrir las niñas abandonadas, intente buscar trabajo en vano, nadie quería a una niña que no sabía hacer nada, era demasiado debil para labores pesadas y excusas y más excusas. Entonces tuve que recurrir a lo que recurre una mujer vagabunda, mi madre alguna vez me dijo que era toda una señorita, decidi cuando mis fuerzas no daban más, pararme junto a una vereda, un auto se detuvo...el resto ya es cuento añejo. Hice de eso mi vida hasta que cumplí 19 años, acostarme con hombres asquerosos por su asqueroso dinero. Pude comenzar a mantenerme con aquel dinero, pero había algo en esos hombres que me recordaba a mi padre, eso me hacía sentir asquerosa yo también, me hartaba, no tenía razón el ser bella, yo nnunca viví, era un muerto caminando y no podía morir...ya lo había intentado...
Mis últimos días fueron cuando ya estaba cansada, cuando ya no deseaba estar, quería dejar de ser, y un día, simplemente desaparecí. Encontre esa paz en el ólvido, porque de la puta de la esquina junto al Roble ya nadie debe acordarse seguramente, para mi familia fuí cómo un tumor que extirparon, en fin, ya nadie me debe recordar.
Tal vez pasé muchas veces junto a tu lado, pero tú no me viste, lo más probable era que estabas escuchando música, quizas me fuí sentada junto a tí en una micro, pero tu hiciste la mirada hacía afuera en la ventana, hacía el asiento de adelante o incluso hacía el piso. Pudimos haber compartido el asiento en una plaza, pero seguro que estabas más entretenido en el diario, o las palomas, en la pareja que se besaba más allá. Descubrí que ya no estaba cuando me hice invisible a todo, en parte...tú fuiste cómplice de mi muerte y te lo agradezco con esta carta, tú que fingiste que no existía, tú que me borraste de tu campo visual, tú que decidiste tapar tus ojos antes de verme, muchas gracias por ccontribuir a matarme y liberarme...¿por qué?...¿acaso no te das cuenta?...no hay muerte más rápida que la del ólvido...sólo con el hecho de ignorarte... simplemente...desapareces...y ya...
Sin nada más que agregar
Se despide atenta y agradecidamente:
Mujer Abandonada
jueves, 31 de enero de 2008
miércoles, 30 de enero de 2008
martes, 29 de enero de 2008
Erase una vez...
Erase una vez un hombre que escribía. Erase una vez una vez una masa sin nombre y sin forma. Erase una vez un lápiz, un lápiz que decidio darle forma a esa masa, que decidio darle el original nombre de "mundo". Erase una vez agua, agua que lleno a medias ese "mundo", después de todo, ese mundo necesitaba de esa agua, tenía sed. Erase una vez un mundo con agua y tierra deforme, pero era aburrido, así que le creció pelo, él decidio llamarle plantas al pelo (él se caracterizaba por su originalidad). Erase una vez un verde-azuloso mundo desierto. Erase una vez un trazo y otro que crearon a muchas criaturas que (literalmente) plagaron esa tierra, esas plantas y esas aguas. Erase una vez un mundo con agua, tierra, planta y seres vivientes, era linda, pero era aburrida. Erase una vez un monton de edificios, calles, plazas y construcciones que surgieron del suelo en varios sectores de esa tierra, en islas y en lugares que pudiesen sostenerse. Erase una vez un mundo con tierra, agua, plantas, seres vivientes y ciudades vacías, era más magnanimo que el anterior, pero seguía siendo poco interesante. Erase una vez un hombre. Erase una vez una mujer. Erase una vez muchos hombres y muchas mujeres que poblaron las ciudades. Erase una vez un mundo con tierra, agua, plantas, seres vivientes y ciudades repletas de muchos hombres y mujeres todos iguales que hacían las mismas cosas, comían lo mismo, iban donde mismo y tenían vicios. Erase una vez un hombre en especial. Erase una vez una mujer en especial. Erase una vez un hombre y una mujer especial, que fueron bautizados cómo personajes. Erase una vez un mundo con tierra, agua, plantas, seres vivientes, ciudades repletas de muchos hombres y mujeres y dos personajes, que decidieron recorrer el "mundo" y que conocieron otros personajes, ellos al parecer no eran los únicos. Erase una vez una aventura. Erase una vez un misterio. Erase una vez un drama. Erase una vez una historia que contar. Erase una vez un mundo imaginario, con grandes expansiones de tierra imaginaria, vastos oceanos imaginarios, abundante vegetación imaginaria, maravillosas creaturas imasginarias, imponentes ciudades imaginarias llenas de gente imaginaria y personajes imaginarios que vivían sus vidas imaginarias, había también personajes imaginarios, que sus vidas eran algo que había que contar. Erase una vez un escritor que decidió plasmar sus imaginarias vidas. Erase una vez un artefacto llamado "libro" que encerraba todo el "mundo imaginario" con sus tierras, aguas, plantas, seres vivientes, ciudades, gente y personajes en unas cuantas hojas de papel. Pero erase una vez un ocioso imaginario, que quiso crear un "mundo" distinto a su mundo imaginario, así que tomo unas hojas imaginarias, sacó su lápiz imaginario y comenzar con "Erase una vez una masa sin nombre y sin forma..."
lunes, 28 de enero de 2008
Bailando en Sueños
Ella comenzó a bailar cuando no tenía nada mejor que hacer, cuando sus amigas se habían ido o simplemente cuando encontraba el tiempo para hacerlo. No era su fuerte, pero ella seguía bailando, no sabía porque lo hacía ni mucho menos que ganaría con eso, pero lo siguió haciendo, tanto por la fuerza de la costumbre, cómo esa extraña y misteriosa fuerza que la llevaba a pararse sobre las puntas de sus pies y danzar al momento de prender el viejo tocadiscos de su abuela y poner ese ballet ya añejo y perdido en el tiempo.
Los años pasaron y ella siguió bailando, ella floreció cómo una rosa lo hace, pero religiosamente todos los días buscaba aquella soledad en la que bailar, en la que un público imaginario la miraba emocionado mientras ella giraba y saltaba al son del repetido ballet que practicó durante años. Un paso, un giro, un salto y otro paso, otro giro y otro salto, que se repetían por los años y los años, por los confines del tiempo, en el que ella encontraba a su soledad y a su público de ensueño esperandola a diario.
Dentro de ella ya eran dos, la bailarina y la señorita de sociedad, la adorada por las madres de sus amigos y amigas, la codiciada por hombres y mujeres, excepto una persona, ella misma. Aborrecía su reflejo en el espejo, aborrecía a esa señorita perfecta, ella no era eso, ella era una bailarina, la que sacaba los sentimientos ocultos en los espectadores, la que maravillaba esos ojos curiosos que la iban a ver cada día a su espectaculo.
Es por eso que un día no salió más de su lugar secreto. Sus amigos y amigas al igual que las madres de estos no la vieron más, aquellos que la codiciaban no pudieron deleitarse más viendola pasar por las calles, sus padres ya no la volvieron a ver.
Ella desaparecio, decidio bailar hasta la eternidad y ser quién quería ser, la caprichosa y maravillosa bailarina y así poder soñar, reir, volar, sentir la brisa y los aplausos luego de su espectaculo, y hacer todo lo que siempre quiso hacer, desaparecio del mundo.
Cuando la encontraron, se hallaba flaca y desgastada, con 48 años parecía mucho más anciana de lo que era, danzando sin parar, un paso, un giro, una salto, otro paso otro giro, otro salto, y ella pérdida en su artificial cuento de hadas. Aquel edificio era ahora su castillo, con su público de ensueño, el lugar se llamaba manicomnio, donde van quienes sueñan despiertos, quienes viven en el infinito de sus ataudes, quienes ya no tienen ataduras al mundo terrenal a cambio de la razón, ya que...la felicidad tiene un precio, no...?
Los años pasaron y ella siguió bailando, ella floreció cómo una rosa lo hace, pero religiosamente todos los días buscaba aquella soledad en la que bailar, en la que un público imaginario la miraba emocionado mientras ella giraba y saltaba al son del repetido ballet que practicó durante años. Un paso, un giro, un salto y otro paso, otro giro y otro salto, que se repetían por los años y los años, por los confines del tiempo, en el que ella encontraba a su soledad y a su público de ensueño esperandola a diario.
Dentro de ella ya eran dos, la bailarina y la señorita de sociedad, la adorada por las madres de sus amigos y amigas, la codiciada por hombres y mujeres, excepto una persona, ella misma. Aborrecía su reflejo en el espejo, aborrecía a esa señorita perfecta, ella no era eso, ella era una bailarina, la que sacaba los sentimientos ocultos en los espectadores, la que maravillaba esos ojos curiosos que la iban a ver cada día a su espectaculo.
Es por eso que un día no salió más de su lugar secreto. Sus amigos y amigas al igual que las madres de estos no la vieron más, aquellos que la codiciaban no pudieron deleitarse más viendola pasar por las calles, sus padres ya no la volvieron a ver.
Ella desaparecio, decidio bailar hasta la eternidad y ser quién quería ser, la caprichosa y maravillosa bailarina y así poder soñar, reir, volar, sentir la brisa y los aplausos luego de su espectaculo, y hacer todo lo que siempre quiso hacer, desaparecio del mundo.
Cuando la encontraron, se hallaba flaca y desgastada, con 48 años parecía mucho más anciana de lo que era, danzando sin parar, un paso, un giro, una salto, otro paso otro giro, otro salto, y ella pérdida en su artificial cuento de hadas. Aquel edificio era ahora su castillo, con su público de ensueño, el lugar se llamaba manicomnio, donde van quienes sueñan despiertos, quienes viven en el infinito de sus ataudes, quienes ya no tienen ataduras al mundo terrenal a cambio de la razón, ya que...la felicidad tiene un precio, no...?
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